LOS SACRIFICIOS 1 - RENACE DE LAS ASCUAS DE TU PASADO

En esta entrada introduciré otra de las distintas secciones del Blog: los relatos. Éstos servirán como puente a la ambientación y para que el lector se haga una idea más clara del mundo de Sacrificio, narrada desde el punto de vista de sus habitantes y no de un modo técnico. Con ellos espero transmitiros de forma más sencilla todo lo que rodea a este universo.

También es la primera sección dedicada a los Sacrificios, eje principal de este juego y mundo.




RELATO - RENACE DE LAS ASCUAS DE TU PASADO

Los pies marchitos del anciano se arrastraron por la dura piedra mientras la tribu se apartaba de su paso con respeto y miedo. Su piel apergaminada se retorcía a cada paso, como si estuviese a punto de descomponerse. Sus pasos le llevaron hasta la caverna del alumbramiento, donde las embarazadas aguardaban el momento de dar a luz. La cueva era amplia y estaba perfectamente iluminada para que ningún recién nacido viniera a este mundo rodeado de oscuridad. Los Hijos del Fuego guardaban silencio en el centro de la estancia, cerca de una zanja que formaba un círculo de varios metros de diámetro donde ardían las llamas. Sus ropajes estaban chamuscados y llenos de hollín, y su piel cubierta de quemaduras, cómo debía ser.

El viejo entró al círculo de llamas ayudado por los Hijos del Fuego, hasta quedar frente al cadáver. La mujer yacía desnuda e inmóvil en el suelo, aún con el rostro retorcido por el horror de sus últimos momentos. Había abandonado el mundo durante el parto, la Oscuridad que Susurra había decidido tomar su vida como ofrenda. Se arrodilló frente a ella para separar sus piernas flacas y atrofiadas, descubriendo que sobre un charco de sangre reposaba el cuerpo de un bebé. Tampoco había sobrevivido al parto. El anciano agarró a la insignificante y blanda criatura de las piernas, alzándola hasta dejarla frente a sí, colgando boca abajo como un pedazo de carne insignificante .
Mientras el viejo salía del círculo del nacimiento, los Hijos del Fuego preparaban el cuerpo de la mujer para incinerarla. Colocaron valiosa madera bajo el cadáver, envolvieron su cuerpo en un vestido de fibra de hongos para que la combustión se acelerase y cogieron varias antorchas. Mientras se hacían cargo de ella y las llamas dejaban escapar sus primeros destellos, el anciano llevó al bebé ante la Llama Eterna.
La caverna de la luz era estrecha y, en contra de su nombre, oscura. En ella tan solo brillaba la sagrada Llama Eterna, alrededor de la cual se encontraban el resto de ancianos de la tribu, observándola día tras día, para poder guiarlos y protegerlos a todos. Al ver el cadáver del neonato, el grupo de viejos decrépitos comenzó a entonar un cántico lento y lúgubre. Una siniestra letanía que comenzó envolviéndolos en los ecos de las profundidades, extendiéndose lentamente por todo el asentamiento.
El anciano aproximó el diminuto cadáver al calor que desprendía la Llama Eterna, mientras las sombras proyectadas por el fuego danzaban y se retorcían a su alrededor, como si tuvieran vida propia, anunciando la presencia de la Oscuridad que Susurra.

Tres Hijos del Fuego aparecieron en la caverna de la luz, transportando un recipiente de arcilla cocida que contenía huesos ennegrecidos y aún humeantes, ceniza, y ascuas al rojo vivo. Dejaron el recipiente a los pies del anciano que sostenía el bebé, y se marcharon sin apartar su mirada de la Llama Eterna, observándola con aterradora devoción. Varios ancianos cogieron la calavera de entre los huesos con sus manos desnudas, donde grabarían la marca de la mujer fallecida, para que reposara en la piedra junto al resto de caídos en la luz. Otros comenzaron a cubrir el cuerpo del bebé con las cenizas de su difunta madre, mientras los cánticos se intesificaban y las sombras parecían tomar vida y rodearlos de un baile macabro e hipnótico. Una anciana levantó con esfuerzo una placa metálica que descansaba en un pequeño altar. La tabla de los Sacrficios tenía numerosos grabados, nombres de aquellos que portaron la luz de la Llama Eterna, algunos muy antiguos, otros más recientes, y muchos más borrados y olvidados para que la oscuridad consumiera sus almas y pagaran por sus pecados. Escogieron uno de los nombres de aquellos dignos cuya luz regresó a ellos para avivar la Llama Eterna, uno de aquellos cuyas almas aguardaban en su fuego. Con extremo cuidado, deslizaron una de las ascuas sobre la piel de la pequeña criatura, dejando la quemadura rosada he hinchada allí por donde pasaba. Cuando el extraño símbolo quedó marcado sobre la frente del bebé, la intensidad de la Llama Eterna disminuyó y las sombras detuvieron su danza, coquistando a cambio parte de la estancia, que quedó en penumbra.
El bebé abrió los ojos y comenzó a llorar, dando fin a los cánticos. Un sacrificio había renacido, había vuelto desde la muerte. Una vez más, su nombre retornaba a las profundidades, arrastrando la memoria de su alma.

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA FORMA DEL MUNDO

EL LUGAR DE UN SACRIFICIO